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viernes, 6 de junio de 2014

Soñé que era actriz porno (primera entrega)

Esta mañana renuncié a mi empleo. Llevaba cinco años encerrada en un cuartito, detrás de un cristal, vendiendo tickets para el transporte subterráneo que además, ahora se ha vuelto un caos con el aumento, el #PosMeSalto y los vagoneros manifestándose por todos lados.

¿Estás locaaaaaa? ¿De verdad crees que estás tan buena para conseguirte a uno rico que te mantenga? No sé qué tienes en la cabeza Alicia, esa plaza ya muchos la quisieran, con prestaciones de ley y vacaciones una vez por año, seguro y hasta la posibilidad de comprarte una casa.   

Esto es lo que mi madre me diría. Ya la escucho, explicándome que el mundo así funciona, que nací muerta, condenada a endeudarme de por vida en Elektra para tener un mini departamento en el que podré tener una mini vida, en un mundo tan diminuto  como mis posibilidades.

Estoy cansada de vivir la vida que vivo y me pregunto ¿por qué tengo que vivir esta vida y no otra? Quizá podría ser más divertido vivirla como la hija de un magnate como Carlos Slim o de un imbécil sin escrúpulos como Peña Nieto. ¿Por qué carajo me tocó ser a mí, quien soy?

La vida de esas personas sí que debe ser una vida, de la buena. Imagínense, los lujos, el derroche, las noches de pasión que podría tener con diferentes amantes.

Si tuviera dinero no tendría que ser esclava. Nunca tendría que viajar en el Metro de la ciudad, acaloradísima, con el maquillaje corrido y el sudor dejando su maldita huella.

Si tuviera dinero seguro se me quitarían los complejos y sería una mujer hasta codiciada. Tendría para comprarme todas las medias, todos los perfumes y todos los vestidos. Podría ponérmelos porque no tendría que andar caminando la ciudad, como la camino ahora. No tendría que aguantar los vulgares piropos de los transeúntes porque siempre andaría en un discreto convertible con aire acondicionado.  

A veces he sentido que mi vida ha llegado a un límite de aburrimiento insuperable. Repugnante. La pobreza y el ocio me han llevado a pensar que ya no quiero más vivir esta vida tan monótona, en la que no me queda otro remedio que ser yo.

Los días se han convertido en largas jornadas, interminables, asombrosamente pesadas. Mi habitación es ahora una prisión que me mantiene ahí sin resistencia, porque al final, qué flojera ir allá afuera, quién sabe si algo malo pudiera pasarme, quién sabe si alguien querrá juzgarme.

Además… la gente es tan necia… todas las personas quieren convencerte de pensar como ellas. En general todas creen tener en los labios la verdad absoluta, todos creen tener los mejores consejos sobre la vida, para ti. Qué fastidio, prefiero quedarme aquí y sacar todas las películas que he acumulado con la promesa de algún día ver.


He ido guardando títulos de todo tipo. Los fui eligiendo por sus portadas. En realidad, porque las vendía un guapísimo hippie que extendía su puesto afuera de Ciudad Universitaria. Yo solo buscaba un pretexto para intercambiar objetos con él, rozar su mano y tal vez conseguir su mail...

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