Datos personales

viernes, 2 de mayo de 2014

¿Por qué la gente odia su trabajo?

Energía es la capacidad de producir trabajo. Trabajo es una transferencia o cambio de energía. Implica fuerza. Implica transformación.

En física, es sencillo definirlo. Pero en términos sociales es mucho más complicado.

Quizá, como todos, tú te has preguntado (con agobio) ¿quién inventó el trabajo?

Porque en realidad... ¿quién cambiaría estar asoleándose en una paradisiaca playa, por una vacante en una fábrica caliente, colmada de soldaditos empaquetando algún producto malsano, ganando 63 pesos diarios?

Claro. Algunos pensarán. Ah, ¡pero hay de trabajos a trabajos! Hay varios que son una maravilla. A Enrique Peña Nieto, por ejemplo, le pagan por ser "guapo" y vivir una vida de telenovela ante las cámaras de Televisa. Le pagan por actuar (y ni siquiera estudió actuación). Por fingir, que es Presidente y que su labor está en el bienestar y desarrollo de los mexicanos. 

Viaja. De aquí para allá, con recursos públicos. No tiene que checar su hora de entrada, ni salida. Ni siquiera tiene que saber hablar inglés o ser buen demagogo. 

No tiene que esforzarse ni en escribir sus propios discursos y el copetudo mediático tendrá tan solo este año, ingresos brutos por 4.2 millones de pesos.

¿O qué tal que te paguen por calentar un curul en el Senado de la República, unos 2 millones 713,356 pesos?

No. Pues hay de trabajos a trabajos. Así, ganando millones, sí puede agarrarle uno amor a su trabajo. Y entenderle todo el sentido a esto de la fuerza. La energía y la transformación de leyes para mantener, siempre, el mismo lugar en el esquema. En el universo financiero.  

En México, cabe cualquier ironía sobre el amor al trabajo que uno profesa. 

Mientras que Basilio González, el encargado de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos gana casi 3 millones de pesos al año (el salario de unos 115 obreros), MILLONES de mexicanos se pelean por sumar a sus dos o tres salarios mínimos, alguna entrada extra que pueda ayudarlos a llevar una vida, más o menos digna. Y si se puede, darse el lujo de adquirir un celular pagando las tarifas más altas de telefonía e internet, esclavizándose a los monopolios.

Lo anterior vuelve vulnerable a ambos polos. A los pocos que ganan millones y a los millones que ganan muy poco. Los convierte en víctimas y victimarios. Los expone a la corrupción, que en tiempos del PRI, sabemos, siempre es justificable. 

Pero... ¿y qué pasa con todos los que no alcanzan un sitio en el ranking de los trabajos más afortunados del mundo?

En México, los que no ganan millones de pesos por legislar y tomar decisiones empresariales que beneficien los emporios (que han erigido sus familias con tan jugosos salarios, también, heredados), odian su trabajo. 

Y es que el trabajo no puede amarse cuando significa una condena para quien lo hace. 


Es simple. La gente odia su trabajo porque no hace lo que quiere, sino lo que "tiene" que hacer. Lo que le obligan a hacer. Y a SER. Lo que le permite su estatus. Su condición. La empresa. El ánimo... Para lo que lo adiestraron.

El sistema de los no afortunados está muy averiado. Los feudos han alimentado su poder y ahora tienen nombre de empresas transnacionales. Y sí. Lo han logrado acumulando la energía de ese trabajo, que es capaz de producir un grupo de "condenados" malpagados, alienados. 


Y ¿dónde empieza ese desgano infinito por el trabajo?

La deficiente calidad en la educación básica y las estrategias de adoctrinamiento utilizadas por el Estado para crear seres obedientes, que sepan que los márgenes rojos trazados en los cuadernos para hacer planas, no deben ser rebasados. Ahí está la semilla del mal. 
  
La fórmula es muy simple: un individuo que es criado en un grupo donde se le han inculcado ritos que enriquecen y alimentan el espíritu, será un individuo que amará lo que hace, a su prójimo y a su grupo.

Será. Un hombre (mujer o quimera) íntegro. Insobornable. Incapaz de comprar una plaza como profesor en un sindicato que le obligue a asistir a marchas magisteriales pero no, a dar clase.

Será. Un ciudadano honesto. Inteligente. Ágil. Con identidad. Que verá por el desarrollo de su comunidad, porque tendrá claro que cuidar y fomentar la sabiduría de su pueblo, será lo que le dará, la libertad.

En cambio. Un individuo que crece entre la contradicción y la mentira, difícilmente se sentirá orgulloso del lugar al que pertenece e intentará borrárselo de la memoria en cuanto le sea posible. 

Se cambiará el nombre, modificará su modo de vestir y hasta traicionará sus códigos de honor. Será pervertido. Negará su origen. Pisará a los otros, sin piedad. Solo para obtener un poco de poder, sobre el otro. Porque en la Ley de Herodes, o te chingas o te jodes.

En México, la gente que no ama su trabajo, prefiere hacerlo mal. Están fastidiados. 

10 horas al día. Una de comida. Y de 3 a 4 horas invertidas en los pésimos servicios de transporte que nos proponen mecanismos desahuciados de movilidad.

Vivimos bajo esquemas retrógradas, donde se obliga al trabajador a trabajar, bajo condiciones insalubres. Lugares contaminados. Ruidosos. Que no fomentan la creatividad ni el trabajo en equipo sino el repudio a los altos mandos, que siempre saben cómo desviar recursos, para beneficiar menos al empleado y más, sus propios intereses. 

Maestros y estudiantes en escuelas sin drenaje, sin computadoras. Sin biblioteca. Sin registro oficial. 

Oficinas apretadas. Grises. Sin aire acondicionado. Sin ventilación. Austeras. De tercer mundo. 

Firmamos contratos falseados. Aceptamos que se nos paguen salarios ridículos. Somos contratados con desventajas. Sin seguro, sin prestaciones... Sin futuro. 

¿Nos gusta que nos dirijan personajes insignificantes, ignorantes, pero poderosos, de nosotros?

¿Somos masoquistas?  

O ¿es el alineamiento zombie a un acumulamiento inexplicable, que no solo se alimenta de riqueza, sino de la energía que somos capaces de generar, trabajando? 

¿Por qué les damos gratis, toda esa fuerza? 

Lo sé. Estamos muy cansados de trabajar, para poder explicarlo. O quejarnos. 

El problema en México es que la mayoría de la gente no ama su trabajo. O ni si quiera es apto para él. Quizá, porque le heredaron la chamba, le compraron la plaza, o mejor aún, porque no tiene demasiado tiempo para pensarlo bien. 

Es hora de ducharme. Ya voy tarde.  






1 comentario:

  1. ¿En dónde quedó yo Yuliana? ¿Por qué no consigo el trabajo que deseo?

    ResponderEliminar