Esta
mañana renuncié a mi empleo. Llevaba cinco años encerrada en un cuartito,
detrás de un cristal, vendiendo tickets para el transporte subterráneo que
además, ahora se ha vuelto un caos con el aumento, el #PosMeSalto y los
vagoneros manifestándose por todos lados.
¿Estás
locaaaaaa? ¿De verdad crees que estás tan buena para conseguirte a uno rico que
te mantenga? No sé qué tienes en la cabeza Alicia, esa plaza ya muchos la
quisieran, con prestaciones de ley y vacaciones una vez por año, seguro y hasta
la posibilidad de comprarte una casa.
Esto
es lo que mi madre me diría. Ya la escucho, explicándome que el mundo así
funciona, que nací muerta, condenada a endeudarme de por vida en Elektra para
tener un mini departamento en el que podré tener una mini vida, en un mundo tan
diminuto como mis posibilidades.
Estoy
cansada de vivir la vida que vivo y me pregunto ¿por qué tengo que vivir esta
vida y no otra? Quizá podría ser más divertido vivirla como la hija de un
magnate como Carlos Slim o de un imbécil sin escrúpulos como Peña Nieto. ¿Por
qué carajo me tocó ser a mí, quien soy?
La
vida de esas personas sí que debe ser una vida, de la buena. Imagínense, los
lujos, el derroche, las noches de pasión que podría tener con diferentes
amantes.
Si
tuviera dinero no tendría que ser esclava. Nunca tendría que viajar en el Metro
de la ciudad, acaloradísima, con el maquillaje corrido y el sudor dejando su maldita
huella.
Si
tuviera dinero seguro se me quitarían los complejos y sería una mujer hasta
codiciada. Tendría para comprarme todas las medias, todos los perfumes y todos los
vestidos. Podría ponérmelos porque no tendría que andar caminando la ciudad, como
la camino ahora. No tendría que aguantar los vulgares piropos de los
transeúntes porque siempre andaría en un discreto convertible con aire
acondicionado.
A
veces he sentido que mi vida ha llegado a un límite de aburrimiento
insuperable. Repugnante. La pobreza y el ocio me han llevado a pensar que ya no
quiero más vivir esta vida tan monótona, en la que no me queda otro remedio que
ser yo.
Los
días se han convertido en largas jornadas, interminables, asombrosamente
pesadas. Mi habitación es ahora una prisión que me mantiene ahí sin
resistencia, porque al final, qué flojera ir allá afuera, quién sabe si algo
malo pudiera pasarme, quién sabe si alguien querrá juzgarme.
Además…
la gente es tan necia… todas las personas quieren convencerte de pensar como
ellas. En general todas creen tener en los labios la verdad absoluta, todos
creen tener los mejores consejos sobre la vida, para ti. Qué fastidio, prefiero
quedarme aquí y sacar todas las películas que he acumulado con la promesa de
algún día ver.
He
ido guardando títulos de todo tipo. Los fui eligiendo por sus portadas. En
realidad, porque las vendía un guapísimo hippie que extendía su puesto afuera de
Ciudad Universitaria. Yo solo buscaba un pretexto para intercambiar objetos con
él, rozar su mano y tal vez conseguir su mail...
...
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