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He
pensado mi casa como un buen sitio para conspiraciones y hasta para grandes orgías,
por eso la he decorado así. Aún faltan muchos detalles.
Por
ejemplo, espejos. Quisiera tener al menos cien, ojalá pudieran ser más. En el
techo, en la cabecera de la cama, en las puertas, en la cocina, en la ducha.
Quiero ver cómo él me hace el amor desde cualquier lugar.
Tenemos
porno. Por todos lados. Penes penetrando vaginas. Vaginas expuestas. Mojadas.
Jugosas. Algunas vulgares. Otras más intrigantes.
Llevamos
años haciendo porno. Para nosotros. Entre nosotros. El que compramos, no nos
satisface. No por completo.
Somos
exigentes. Por eso lo seleccionamos minuciosamente. Con lupa.
La
línea que separa al porno que hacemos del porno industrial es diminuta. Casi
invisible. Algunos ni siquiera la alcanzan a notar, pero existe, en el detalle,
en el objetivo, en la hechura.
El
porno que él y yo hacemos es más bien un banquete espléndido de erotismo. El
porno que él y yo hacemos no se vende. No se compra. Solo se disfruta. Se crea y
se recrea con el recuerdo. Con el alivio que le viene a la memoria remembrar
oníricas escenas llenas de placer.
El
porno que hacemos es un porno hecho a mano. Artesanal. Delicado, intenso y por
supuesto, creativo.
En
el pensamiento general existe la idea de que las mujeres no gustan de consumir
pornografía. No como los hombres (una gran fuente de ingresos para miles de
negocios que giran en torno al sexo).
Las
estadísticas nos hacen reflexionar… ¿por qué a las mujeres no les gustaría el
porno?
¿Por
qué las pinta demasiado obscenas?
¿Por
qué juega con ellas?
A
las mujeres nos gusta la palabra obsceno. A las mujeres nos gusta jugar. A las
mujeres nos gusta que nos digan que somos inmorales, que nuestra conducta
ofende, perturba, excita. Lo que pasa es que los millonarios negocios
pornográficos han hecho pocas conjeturas, o las han hecho muy generales, y en
realidad no están preocupados por lo que realmente necesitamos.
Lo
que a las mujeres nos agrede del porno es su simpleza. Que es burdo. Que en
ocasiones, atenta con la seguridad y dignidad de las personas. El porno general
carece de creatividad, de credibilidad. Llega a tonos nauseabundos. No todo el
porno, claro.
Afrodisiacos
literarios es lo que nosotros necesitamos. Se lo he dicho a él y él lo ha
entendido, sin embargo, no sabe hacerme poemas y escribírselos para que los
proclame suyos, no será buena idea.
No
te apures, le dije, la literatura no tiene que estar peleada con los medios que
tenemos para explotar nuestro erotismo, como las fotos, los videos y por
supuesto, los juguetes sexuales de toda índole.
Estoy
empeñada en escribir sobre sexo, sobre cómo vemos el sexo las mujeres de mi
generación, y los hombres. He estado empeñada desde hace días. Semanas. Meses. Así
me pasa con todo. Me empeño y no dejo de taladrarme la cabeza con la misma cosa.
Una y otra vez. Me obsesiono con todo tipo de cosas.
A
veces no puedo dormir y me levanto de la cama a hurtadillas para leer y releer
a Anais. Preparo café y enciendo la laptop de mi pequeña oficina sin paredes,
para hacer algunas anotaciones. Hago los ojos chiquitos y parpadeo
continuamente fingiendo concentración. Luego me masturbo pensando en todas las
cosas que describo y caigo nuevamente en cama. Agotada.
Lo
he disfrutado, pero tengo que ser sincera, no he podido parar. Quizá he
invertido más del tiempo que debería en la exploración del deseo.
Amo
el porno. Me he imaginado en la portada de Playboy con un camisón discreto, los pezones rebosantes y los labios púrpura.
También me he mirado en los sueños como protagonista de una danza sensual y
erótica. Me inquieta la idea del poder que tengo a través de mi cuerpo, de los
cuerpos que mi cuerpo pueda embriagar. Cual Salomé desquiciada. Cual Lila
enamorada de la idea de… Cual Juana La Loca. Me excita el penetrante olor que
emana de mí.
El
porno incentiva nuestra creatividad sexual, pero no el porno convencional donde
se plasma mujeres vulgares de pechos descomunales. No el porno que lleva
impregnado el machismo que decreta: el cuerpo y la privacidad de las mujeres se
puede comprar.
El
porno que él y yo hacemos no se vende ni se compra. El porno que él y yo
hacemos se crea y recrea con la memoria. Se humedece en la fantasía y seduce con el brío que cobran las palabras e imágenes abrumadas por el deseo.
El
porno que él y yo hacemos se hace a mano, al ritmo de la música, delicadamente y hablándole al otro,
al oído, mirándole a los ojos y contemplándole para inventar de nuevo, una
mejor forma de hacerlo.
El porno hecho a mano, que suena casi redundante pero érótico, es el más difícil de hacer porque requiere la empatía de las caricias, de los deseos, de los cuerpos, de los sudores, de los olores, de las miradas, de los movimientos. El porno hecho a mano es difícil de hacer pero es el más placentero en su haber. Gran texto, como siempre Yuliana.
ResponderEliminarGreat!!!
ResponderEliminarMaravilloso.
ResponderEliminarDejemos a un lado el por no industrial, machista y misógino.
A mí me gusta ese por no que describes.
Tengo un sentimiento agridulce, dulce porque me encanta este blog y agrio al descubrir que hace años que ya no tiene nuevas entradas..