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miércoles, 13 de agosto de 2014

Porno hecho a mano

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He pensado mi casa como un buen sitio para conspiraciones y hasta para grandes orgías, por eso la he decorado así. Aún faltan muchos detalles.

Por ejemplo, espejos. Quisiera tener al menos cien, ojalá pudieran ser más. En el techo, en la cabecera de la cama, en las puertas, en la cocina, en la ducha. Quiero ver cómo él me hace el amor desde cualquier lugar.

Tenemos porno. Por todos lados. Penes penetrando vaginas. Vaginas expuestas. Mojadas. Jugosas. Algunas vulgares. Otras más intrigantes.

Llevamos años haciendo porno. Para nosotros. Entre nosotros. El que compramos, no nos satisface. No por completo.

Somos exigentes. Por eso lo seleccionamos minuciosamente. Con lupa.  

La línea que separa al porno que hacemos del porno industrial es diminuta. Casi invisible. Algunos ni siquiera la alcanzan a notar, pero existe, en el detalle, en el objetivo, en la hechura.

El porno que él y yo hacemos es más bien un banquete espléndido de erotismo. El porno que él y yo hacemos no se vende. No se compra. Solo se disfruta. Se crea y se recrea con el recuerdo. Con el alivio que le viene a la memoria remembrar oníricas escenas llenas de placer.

El porno que hacemos es un porno hecho a mano. Artesanal. Delicado, intenso y por supuesto, creativo.

En el pensamiento general existe la idea de que las mujeres no gustan de consumir pornografía. No como los hombres (una gran fuente de ingresos para miles de negocios que giran en torno al sexo).

Las estadísticas nos hacen reflexionar… ¿por qué a las mujeres no les gustaría el porno?

¿Por qué las pinta demasiado obscenas?
¿Por qué juega con ellas?

A las mujeres nos gusta la palabra obsceno. A las mujeres nos gusta jugar. A las mujeres nos gusta que nos digan que somos inmorales, que nuestra conducta ofende, perturba, excita. Lo que pasa es que los millonarios negocios pornográficos han hecho pocas conjeturas, o las han hecho muy generales, y en realidad no están preocupados por lo que realmente necesitamos.




Lo que a las mujeres nos agrede del porno es su simpleza. Que es burdo. Que en ocasiones, atenta con la seguridad y dignidad de las personas. El porno general carece de creatividad, de credibilidad. Llega a tonos nauseabundos. No todo el porno, claro.




Afrodisiacos literarios es lo que nosotros necesitamos. Se lo he dicho a él y él lo ha entendido, sin embargo, no sabe hacerme poemas y escribírselos para que los proclame suyos, no será buena idea.

No te apures, le dije, la literatura no tiene que estar peleada con los medios que tenemos para explotar nuestro erotismo, como las fotos, los videos y por supuesto, los juguetes sexuales de toda índole.

Estoy empeñada en escribir sobre sexo, sobre cómo vemos el sexo las mujeres de mi generación, y los hombres. He estado empeñada desde hace días. Semanas. Meses. Así me pasa con todo. Me empeño y no dejo de taladrarme la cabeza con la misma cosa. Una y otra vez. Me obsesiono con todo tipo de cosas.

A veces no puedo dormir y me levanto de la cama a hurtadillas para leer y releer a Anais. Preparo café y enciendo la laptop de mi pequeña oficina sin paredes, para hacer algunas anotaciones. Hago los ojos chiquitos y parpadeo continuamente fingiendo concentración. Luego me masturbo pensando en todas las cosas que describo y caigo nuevamente en cama. Agotada.

Lo he disfrutado, pero tengo que ser sincera, no he podido parar. Quizá he invertido más del tiempo que debería en la exploración del deseo.

Amo el porno. Me he imaginado en la portada de Playboy con un camisón discreto,  los pezones rebosantes y los labios púrpura. También me he mirado en los sueños como protagonista de una danza sensual y erótica. Me inquieta la idea del poder que tengo a través de mi cuerpo, de los cuerpos que mi cuerpo pueda embriagar. Cual Salomé desquiciada. Cual Lila enamorada de la idea de… Cual Juana La Loca. Me excita el penetrante olor que emana de mí.

El porno incentiva nuestra creatividad sexual, pero no el porno convencional donde se plasma mujeres vulgares de pechos descomunales. No el porno que lleva impregnado el machismo que decreta: el cuerpo y la privacidad de las mujeres se puede comprar.

El porno que él y yo hacemos no se vende ni se compra. El porno que él y yo hacemos se crea y recrea con la memoria. Se humedece en la fantasía y seduce con el brío que cobran las palabras e imágenes abrumadas por el deseo.

El porno que él y yo hacemos se hace a mano, al ritmo de la música, delicadamente y hablándole al otro, al oído, mirándole a los ojos y contemplándole para inventar de nuevo, una mejor forma de hacerlo.


¿A ti te gusta el porno?



(Ilustraciones / Keith P Rein)






3 comentarios:

  1. El porno hecho a mano, que suena casi redundante pero érótico, es el más difícil de hacer porque requiere la empatía de las caricias, de los deseos, de los cuerpos, de los sudores, de los olores, de las miradas, de los movimientos. El porno hecho a mano es difícil de hacer pero es el más placentero en su haber. Gran texto, como siempre Yuliana.

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  2. Maravilloso.
    Dejemos a un lado el por no industrial, machista y misógino.
    A mí me gusta ese por no que describes.

    Tengo un sentimiento agridulce, dulce porque me encanta este blog y agrio al descubrir que hace años que ya no tiene nuevas entradas..

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