La
gente tiene miedo de nombrar las cosas por su nombre. La verdad le apena. Le avergüenza.
Por eso la oculta. La maquilla. Tal cual hacen los medios de comunicación.
Todos
sabemos en qué sitios de la ciudad se cometen actos ilícitos ante los ojos de
las autoridades y nadie hace nada. Todos sabemos que la prensa escrita está a merced de los intereses de los monopolios y nadie hace ni dice nada.
La mayoría estamos conscientes de que las reformas estructurales que está haciendo la
administración de Enrique Peña Nieto no tendrán resultados benéficos para los
mexicanos, sino para los bolsillos de empresas transnacionales que día a día desembolsan cantidades millonarias para que la gente se enajene con sus productos e
imágenes reproducidas repetitivamente por la televisión. Y…
Soy
periodista. Y también poeta amateur. Escribo, desde hace muchos años. He escrito notas informativas.
Cortas y largas. Superficiales y profundas. Crónicas y reportajes. Entrevistas. Historias eróticas. Poemas. Cartas. Quejas.
Le he entrado a diversos temas. Mis primeras publicaciones fueron en el
periódico La Crónica de Hoy, mientras estudiaba la universidad. Ahí me llevó
Graciela Bolio, una amiga de carácter fuerte que imita con descaro y precisión la
voz de La Tesorito.
En
La Crónica me mandaron cubrir el tema de Walmart en Teotihuacan. Ahí me llevé
mi primera decepción. La publicación fue muy lejana a lo que yo había dejado sobre
la mesa a mi editor.
Los argumentos cambiaron “ligeramente”. La intención: no
ventilar los intereses priistas en un periódico de esa tendencia. “Eso no se
hace, es como morder la mano que te da de comer”. Va en contra de los intereses
y también en contra de la ética periodística. Pero eso no importa mientras
tengas un empleo (malpagado) que te haga sentir "realizado"...Salí fúrica.
En ese diario hice también un reportaje sobre la corrupción interna de los reclusorios capitalinos,
específicamente en el que estaba encarcelado mi padre en ese entonces. Y claro
que me metí en problemas, otra vez.
A la
gente no le gusta hablar de lo que pasa. De lo que nos atañe a todos, de los
que nos afecta y está generando un oscurecimiento social. A la gente no le
gusta abrir los ojos, prefiere vivir enajenado en una realidad construida para
que no le den ganas ni tiempo de pensar sobre nada. Ni de preguntar nada. Ni de
hacer nada, más allá de ser un simple espectador que alimenta la perversión del capitalismo salvaje.
Claro
que la realidad ofende. Hiere. Irrita. Ocultarla, tratar de apagarla con un
dedo es ridículo y retrógrada, pero conviene si se quiere vivir una vida
práctica, una vida que venga enlatada y con fecha de caducidad, y que se pueda
adquirir en los cajeros del Walmart con facilidad.
Escribo la vida de mi padre. Trato de hacerlo desde hace mucho tiempo. Ha sido
la misión que me he puesto en la propia. Me han dicho que soy una mujer con un
tercer ojo y una serie de cosas intensísimas que no me creo, o que por el
contrario, de pronto asumo ciegamente. Lo que sí creo es que hay algo marcado
en mi destino.
Estoy
convencida que mi padre es un tipo peculiar. Con una fuerza descomunal y que él
y yo somos totalmente opuestos. Él me engendró junto a mi madre. Lo que indica
que sin su existencia yo no hubiese poder existido tal cual me entiendo hoy.
Claro
que amo a mi padre y que hable sobre él no quiere decir que le falte al
respeto, ni a él ni a nadie. Tratar de entender su camino, su vida, su rumbo no
me hace una mujer maligna. Cuestionarlo. Enfrentarlo. Señalar lo que hace mal
no me convierte en una delincuente.
Si sé
de un hombre que se embriaga y que irresponsablemente combina el alcohol con drogas. Y además maneja impunemente por el rumbo, sin la consciencia de
que puede lastimar a alguien ¿está bien denunciarlo? Si es un desconocido debo
molestarme pero si es mi padre ¿no? ¿mejor callarlo? Eso es lo que me propone
mi familia paterna.
No.
No es posible. No puedo aceptar eso. Omitirlo. Callarlo. Dejarlo pasar es
convertirse en cómplice. Yo no quiero ser cómplice de los actos ilegales e
inconscientes de mi padre. Y si por eso habré de ser juzgada. Que así sea.
Me
he metido en todo tipo de problemas por tratar de hablar de las cosas que pasan.
Y no considero dejar de hacerlo, no por ahora.
“El
infierno es mi padre”. Lo escribí así en Facebook. La gente se ofende. Cree que
eso está mal. ¿Hablar de la realidad? Oh no, es indecente, inmoral… ¿Acaso no es más indecente
y deplorable lavarle el cerebro a la gente con ideas machistas y retrógradas a
través de las telenovelas y los talkshows?
El
infierno son los otros. Así lo dejó escrito Jean Paul Sartre. Los otros es mi
padre. Para mí así es. En esto se ha convertido y realmente no sé cómo
terminará.
A
veces quisiera salir corriendo. Irme otra vez a Chiapas. No hacer nada. Dejar
de intentarlo. Y luego me doy cuenta que estoy condenada y siento un peso agudo
sobre mí.
Hablar
de las cosas que veo, de las cosas que me rodean. Detenerme a reflexionar sobre
los acontecimientos me ha dado la posibilidad de expandir mi universo. Me ha
dado la capacidad para entenderlo diferente.
La
gente prefiere hablar de lo que no sabe, y creo que por eso es a veces tan estúpida.
Yo escribo y hablo sobre lo que sé, lo que me pasa a mí y a los que me rodean,
sobre mi entorno, sobre mi colonia, sobre mi padre, sobre el machismo, sobre mi
madre y el feminismo. Sobre lo que mis ojos ven y mi cabeza no comprende. Hablo
sobre lo que creo y sobre los argumentos que tengo para ello. Hablo sobre lo
que me incomoda, sobre lo que no estoy de acuerdo, sobre lo que creo que puede
cambiarnos para ser mejores y más plenos. Hablo sobre mi vagina y lo que imagina.
Aunque
sé que la verdad es una utopía bastante juguetona trato de ser lo más apegada a
la realidad, desde los ojos con los que yo puedo contemplar. Trato de hacerme
preguntas. Trato de ser descriptiva. Trato de pensar, de nuevo. De reflexionar.
Trato de aplicar lo que me enseñó la universidad. Uso de bandera las filosofías
inculcadas en mí por mis padres, aunque éstas pongan en evidencia muchas de sus
incongruencias.
SÍ,
la realidad es dura y absurda. Oprime. A veces ahoga nuestras súplicas y gritos.
Todos tenemos una forma para sobrellevarla. Algunos se embriagan. Algunos otros
se inventan una paralela o compran compulsivamente cosas que jamás utilizarán y
los hará infelices. Algunos más van a terapia, al AA o a la farmacia… Yo
escribo.
Claro
que ofende hablar de la realidad. Pero no tengo planes de aventarme al mar. No todavía.
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