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miércoles, 6 de agosto de 2014

Amar en tiempos del PRI

(PRIMERA ENTREGA)


Ya no amamos como niños enceguecidos por la fantasía, sino guiados por ella.

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Primero que nada quiero advertir, no encontrarán aquí la clave del éxito amoroso y mucho menos la estrategia para tener una curvilínea chica en su cama.

Lo que reúno son solo apuntes aislados sobre el amor. El amor a la patria, a la familia, al ser que complace nuestro sexo, al que solo lo ilusiona. Amor al otro. Cualquiera que sea. A la madre. Al perro. Al gato galáctico. A lo que se hace, a lo que se es. Amor a uno mismo. Amar a México, que en estos tiempos del priismo salvaje, es lo único que podría salvarnos de lo más amargo. Del desencanto.

¿Qué es el amor?

Desde que me acuerdo amo a mi madre. Ella me lo decía todo el tiempo: “te amo”. Yo no sabía bien por qué, pero desde que pronunciaba la frase célebre me cobijaba. Y sabía automáticamente que también la amaba. A ella más que a nadie.

Ella me abrazó en su vientre. Me cambió los pañales de tela, me cortó las uñas cuidadosamente para no pellizcarme nunca, un dedo.

Mi madre bordó mis calzones y mis coquetas calcetas. Confeccionó mis largos vestidos. Combinó mis crinolinas. Me bañó. Me besó las mejillas. Me dijo miles de veces que tenía que darle los buenos días a la gente y estudiar.

Me cuidó de las paperas y la varicela. Me enseñó que uno puede jugar solo con la imaginación.

¿Cómo no voy a amar a mi mamá, si su amor es incondicional?

Uno ama a su madre, y a veces, a su padre (depende de su historia). Porque sí. De nacimiento, por inercia, por instinto. Por sentido común. El amor se mama.

Lo difícil viene después. Cuando uno se enfrenta a otro. A otro que no le importa tanto si eres inseguro o autodestructivo. Si estás feliz o no. A otro que no se entrega al 100% como ella, que es la más pura y fiel.

Aprender amar al otro que no es nuestra madre.

Trato de ir atrás. ¿De quién fue la primera persona de la que me enamoré?

No estoy lista para recordarlo.

Empecé a amar ciertas cosas. Amaba mi vida. Amaba mi cuarto, ir de vacaciones. Que mi madre me felicitara por mis excelentes notas.

En la primaria me gustaban los ojos de un niño. Jonathan Yáñez Fuentes. ¡Ahhh! ¿Qué será de él ahora? Aún guardo algunas escenas en las estuvimos juntos. No lo he encontrado en Facebook.

Creo que nunca fuimos novios. Y aunque varias veces me lo propuso. No acepté.

Jajajaja. Qué risa. No sé en qué hubiera parado esto si alguna vez nos hubiéramos comprometido.

Sí me daban ganas. ¡Claro que me daban ganas de ser su novia!, pero la regla de mi madre era dura. Tú puedes tener novio cuando quieras. Cuando estés lista. Cuando decidas. La única condición: responder a la pregunta ¿por qué?

Parecía cosa fácil. Pero no lo era.

Dios. ¿Quién puede, pasaditos los cinco años, ofrecer a su madre un discurso apropiado, aceptable, sobre el arte de amar?

...Porque lo amo…
No, no lo amo. 
Porque está guapo… 
Porque es el güerito del salón… 
Ni siquiera es el más listo.

Qué weba resolver el misterio. ¿Qué diablos querría escuchar ella al respecto? ¿Solo quería atormentarme?

Para qué perder el tiempo con eso. Sinceramente lo demás, era lo de menos.

Durante seis años me conformé con ver sus ojos pizpiretos. Su linda sonrisa.

Me gustaba que otros del salón me dijeran que moría por mí. Él tampoco se atrevía a declarárseme. Y qué bueno que no lo hacía. Yo no hubiera sabido cómo reaccionar.

Por ahí de cuarto grado se armó de valor. Yo no estaba tan interesada ya. Todas las niñas ya habían sido sus novias. Preferí solo, que me siguiera poniendo nerviosa.

En la secu conocí al amor de mi vida. El más guapo. El más deportista. El más listo, bueno, obvio después de mí ;)

Él sí fue mi novio. Pero luego luego terminó conmigo. No recuerdo bien el argumento. Prácticamente porque no habían besos, ni detalles. Un noviazgo muy disparejo.

La verdad yo pensaba que el amor era recibir y no dar. Para consolidar nuestro amorío Beto me regaló a Bartolo, un perrito de peluche de perfil muy ñoño, que parecía había atesorado por varios años. Yo no le di nada. Se dio cuenta de eso. Hoy me sigue poniendo muy nerviosa hablar con él.

En la prepa nunca tuve novio. Creía que tenía una incapacidad infinita para amar.

A la primera persona que amé, que no era de mi familia, fue a Leo. Un sujeto rarísimo. Flaco, escurrido. Muy egocentrista pero capaz de ver el alma de la persona más fría.

Él me enseñó de magia y de hechicería. Me habló de conejos blancos corriendo por el mundo, con la prisa.

Siempre me contaba historias divertidas sobre los árboles de la universidad. Leo me hacía poemas, me convirtió en su musa. Yo lo inspiraba y eso, me volvía loca.

Bastaba que pronunciara cualquier deseo para que él lo convirtiera en literatura fresca y profunda. Se inventó por correspondencia una misteriosa identidad. Me sedujo.

Éramos la pareja perfecta. Todos nos miraban al pasar. Luego. Todo fracasó. Y es que un amor así no puede avanzar. Necesita dolor. Pasión. Tragedia.

Él prácticamente no me exigía nada. Para mí era nadar en bienestar.

No creo que haya sido su culpa, ni la mía tampoco. Inexpertos, ignorantes.

El destino, que fuimos eligiendo, nos distanció. Crecimos. Y el tiempo nos enseñó después, cómo amarnos sin ser amantes.

Después de Leo salí con Abraham, que todo lo contrario a Leo, no dejaba de pedirme cosas. Besos, caricias. Me acuerdo que me obligó a ir hasta su casa a Coacalco, para demostrarle que sería capaz de sacrificar mi tiempo y confort para ir por él, lejos…

Me detengo aquí para repensar. El amor no solo consiste en disfrutar del otro. Aprovecharse de él y del embrujo que le ha venido con la idea de ti, con él.

El amor verdadero y delirante es el que uno profesa a otro, no por inercia, ni obligación (sino por decisión y convicción).

Ya no amamos como niños enceguecidos por la fantasía, sino guiados por ella.



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