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viernes, 7 de febrero de 2014

¿Quién diablos es Yuliana?


Es la pregunta que me ha perseguido durante toda la vida, y es natural, es la base del entendimiento de mí misma, de mi papel ante la vida, de mi relación con los otros, de las filosofías que al final me han hecho quien soy hoy, una preguntona incansable que lo único que quiere es quejarse siempre de las cosas que no le gustan, que siempre está buscando ir en contra (nomás por qué sí), haciendo polémica...

De niña dice mi mamá que casi no hablaba, podía pasarme las horas ante el televisor sin decir nada, solo ahí, pasmada, hasta que las imágenes me abrumaban y cayera rendida.

Cuando vivíamos en Texcoco parecía que era muda, pero es que no había a quién decirle nada. Mi mamá tenía la mirada triste, siempre estaba esperando a mi papá. ¡Tan joven y ahí encerrada!, solo limpiando la amplia casa, doblando la ropa y acomodándola por colores y aromas.

Así fue al principio pero poco a poco fui mostrando mi verdadera vocación: parlotear, preguntar por todo, hacer agonizar a los adultos a los que se les ocurría hacerme la conversación por algo, lo que fuera.

Me acuerdo que platicaba con mi tío Inés, del tío Macario y cómo gustaba de empinarse el plato para poder terminarse todo el caldo. Me gustaba imitarlo.

También platicaba con mi abuelita Macrina. A ella le gustaban las telenovelas, pero también contaba historias que a veces me parecían un poco inverosímiles, sobre todo las de los robachicos y los rayos que partían campanarios.

Cada vez fui aprendiendo más y más palabras. Siempre me han gustado mucho, acomodarlas, escribir cosas con ellas, decir algo.

¿Qué tengo que decir y por qué decir algo, en este ruidoso universo en el que lo que sobra son personas absurdas gritando estupideces?

Yo, yo soy nadie. Por lo menos nadie importante, nadie que la gente esté aclamando o preguntándole algo.

He tratado de huir de esta narrativa que me obliga a desnudarme siempre, ante cualquier extraño. He tratado de ir en contra de lo que me da curiosidad, porque siento, de pronto, que ofende, que es malo y me ha traído problemas. Por eso siempre volvía por mis ropas, a taparme, avergonzándome de haberlo intentado. Sintiéndome, cual suripanta.

Cuando niña pretendí tocar la guitarra, ser gimnasta, clavadista y hasta integrante de un prestigioso coro. En la prepa se me metió la idea de que quería ser escritora, pero fui objetiva, vi mi rostro, toqué mi corazón y en él hallé nulas posibilidades.

Creí entonces que la única opción que tenía de acercarme a las letras era teniendo un espacio en algún medio pesado como El Reforma, Excélsior, La Jornada o El Universal.

¿Pero qué podría decir yo en esos manipulados medios? Hablar de política y sus truhanes. De salud, finanzas o moda, incluso tener una columna donde pudiera hacer crónicas de larguísimos viajes… O quizá elaborar los horóscopos observando los prejuicios de los otros para poder hacer atinadas anotaciones.

Al principio no me preocupé por eso y después me fui amoldando un poco a las ideas que me metieron en la universidad. La verdad, creía que esto de los medios de comunicación era una cosa seria.

Al leer sobre el nuevo periodismo, al leer A Sangre Fría de Truman Capote, Los rituales del caos de Carlos Monsiváis y la Sopita de Fideo de Cristina Pacheco… Al llevar mis pensamientos a dónde nunca habían sido capaces de llegar… al fumar hierba, al soñar a través del cine de David Lynch, Martin Scorsese, Julio Medem, Pedro Almodóvar, Danny Boyle, David Fincher, Stanley Kubrick…

La verdad dejé que ese misterioso velo envolviera mi deseo de ser una contadora de historias. No permití que lo demás me afectara de sobre manera. Descubrir la hipocresía y la deslealtad humana, encararme a la mentira, con todo lo profunda y absurda que pudiera llegar a ser… eso, todo junto, me hizo una persona triste, solitaria, mecánica, abandonada de mí misma.

No pensaba en el suicidio como una opción porque ellas me necesitaban y yo me daba perfectamente cuenta. Quizá haber nacido el mismo día en el que nació mi abuela, bajo el signo de escorpión, el ser la primogénita, el no haberme llamado Rafaela… quizá algunas de esas cosas debieron inferir en mi energía, y quizá por ello yo no pude escapar a mi destino de ser la mujer infeliz que era.


Desanimada, asqueada, decrépita… así anduve un tiempo. Tampoco es que me diera cuenta. Huí, volví, me aventuré. Conocí a un hombre que me habló al oído, fui amada, fui deseada, fui tocada del alma. Enloquecí. Solo pensaba en él, en mí, y en nuestros cuerpos enroscados.

Cuando regresé del embriago que me salvó de la vida y de la muerte… cuando pude distinguir de los árboles frondosos y hablantines, de los secos y silenciosos… cuando me di cuenta que la única forma de vivir una vida más a mi modo era a través del ensueño, el deseo, el gozo y la fantasía… a través del cine, del teatro, del cuerpo, de la danza, del canto y del rock, de la nostalgia y del presagio…

Luego de todo eso, entonces, mi idea de escribir sobre la simple existencia y la posibilidad de ser o no ser lo que se quiera, se me clavó en la cabeza. Me di cuenta que mis motivos estaban aquí, en escribir más, de ti, de mí, de él, de nosotros, de nuestro tiempo, de nuestras almas, de las calles por las que transitan nuestras almas.

Del miedo, del paro, de la represión y la corrupción. Del despilfarro. De lo falso y lo mundano, del sexo y el amor, del arte y el alcohol…

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

¿Por qué escribo? Por frenesí, por locura, por delirio, por impulsos que me contagian, por mi necesidad intensa de transformar el lugar en el que vivo, por mi capacidad de imaginarlo todo diferente... para provocarte, para alejarme de ti y luego, conectarme contigo. Consciente. Para hallar mi identidad, para entender porqué siempre quiero regresar a él, a sus brazos.

Porque es mi forma de dejar en el mundo una huella. De hacerme voz, de cantar mis cantos. Porque amo la tradición oral. Por mi afán de contar, por lo menos mi historia, que al final es la historia de quienes me hacen el mundo, porque sin el otro, qué rayos he sido, quién soy, cuándo seré y para qué.

No pretendo decirle a nadie cómo pensar ni cómo es que la vida se vive mejor. Solo busco compartir mis reflexiones, mis inquietudes, mis perversiones, mis rutas por la Ciudad de México. Ser honesta.

Lo hago con amor y por amor, a la cultura, al conocimiento, al universo, al infinito. Lo hago porque quiero contagiar al otro de la necesidad de hacer poesía y de escuchar un poco de progresivo. De gritarle que lo necesito para poder romper el espejo, alucinante y corrosivo.

Si callara. Si alguien quisiera apagar mi voz, me desvanecería. La lengua se me secaría y mis labios dejarían de estar jugosos. Todas mis plumas tendrían tinta. Las teclas de mi laptop no estarían borrosas… Si callara, sucumbiría en el error, en la contradicción, en el desencanto, en la muerte perpetua, como extensión de la vida.

Amar, llorar, reír, hacer cosquillas… todo, a través de las fantasías, las fantasías de mis ojos, de los tuyos, de mi cámara, a través de las habladas. Lo que pienso yo, lo que  pasó, lo que no, lo que me invento. Lo que soñé un día, lo que me dijo un ex novio, lo que escuché en el camión, en el vagón del Metro. 

Lo que me contó mi vecina, secretos, chismes… lo que me transformó, lo que me carcome, lo que me hubiera gustado ser, lo que no soy, lo que aparento, lo que oculto, lo que exhibo. Todo. Amontonado, aquí mezclado. ¿Para qué? Para nada. Para todo. Porque aún no he muerto.



Bienvenidos. ¡Viva la Revolución de las ideas!



“No puedes depender de tus ojos cuando tu imaginación está fuera de foco”.
Charles Darwin

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