Es
justo al mediodía cuando la luz del Sol entra directo por la ventila del baño.
Unos
días atrás la ventila perdió el acrílico, quedando solo el marco. Nadie ha
intentado reponerla.
Desde
que la ventila quedó expuesta la luz de los días transcurre diferente en el
departamento.
Hay
más polvo y el baño siempre está húmedo, por la brisa que se cuela
de las lloviznas frecuentes.
Casi
no hay necesidad de encender la bombilla, solo las jornadas demasiado nubladas,
o muy grises y contaminadas.
Al
amanecer los rayos que penetran el cuarto de baño son suaves y dorados.
Poco
antes de las 9:00 AM uno alcanza la bola
de espejos que decora la lámpara del estudio, reproduciendo destellos de espejitos
brillantes por doquier.
A
mediodía, los rayos se tornan más resplandecientes. Abrillantan el cuarto con
tanta intensidad que se genera un estado de desvarío, como en tono de ensueño y
hasta agobio. Los hilos de luz convierten la ducha en un baño de vapor.
Me
gustan las duchas muy calientes. De esas “como para pelar pollos”. Sentir la fuerza del chorro caer por mi
espalda y recorrerme en distintas direcciones del cuerpo me provee de energía.
Desde
que la ventila quedó descubierta, la idea de tomar una ducha es verdaderamente
placentera.
El
ir y venir de las piececitas de ónix que cuelgan alrededor… el golpeteo
resulta ¡tan agradable! Cómo no me van a gustar las duchas calientes si son
deliciosas, a presión.
Cada
baño ha resultado más intenso porque le he añadido nuevos elementos. Por
ejemplo jabones y velas aromáticas. Toallas esponjadas para secar el rostro. Y
por supuesto, inciensos.
Si
fuera por mí, duraría horas en la ducha, pero la consciencia ambiental me atormenta
y me hace cerrar las llaves hidratantes antes de perder los cabales.
Estoy
considerando no afianzarle acrílico a la ventana, y dejarla así, abierta a la
imaginación de mi nuevo baño de vapor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario