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jueves, 4 de septiembre de 2014

El desconocido

Mientras caminaba por una amplia avenida de la ciudad, un auto trató de emparejarme el paso. Fingí distracción, pero caí en la cuenta de que era a mí a quien miraba su conductor. Le miré también, disimuladamente y noté que el desconocido decía conocerme haciéndome la conversación con un tono bastante familiar.

—¡Tiene tanto que no te veo! ¿Cómo está tu familia?

Dijo mi nombre.

¡Te has puesto cada vez más hermosa!

Suspiró.

Sube. Abrió la portezuela y con una mirada más pervertida que amigable, tocó delicadamente el asiento para que yo depositara ahí el trasero.

Metí las piernas y me acomodé dentro. Arrancamos.

—Qué gusto me da verte. Escápate conmigo. Vamos a donde tú me digas. A dónde quieras. Tengo ganas de estar a tu lado, no puedo desaprovechar esta casualidad de encontrarte.

Lo miré con ojos de pistola y comencé a reírme como loca.

—¿Qué dices? ¿Escaparme de qué?

¿Por qué te ríes? Dijo mi nombre, nuevamente.

No puedo escaparme a ningún lado. Tengo prisa. Tengo que mandar un texto que…

Me interrumpió.

No importa lo que tengas que hacer. Quiero estar contigo. Vámonos. ¡Tiene tanto que no te veo! Te has puesto divina… seguro te vas a enamorar de mí…

Parecía que lo decía en serio y de pronto se me figuraba que no me proponía nada nuevo. No tenía ni idea de quién era ese hombre. Olía muy bien y su camisa estaba bien planchada, pero no recordaba haberlo visto nunca.

¿En dónde estás trabajando?

Soy escritora.

Yo puedo conseguirte un trabajo de recepcionista en Pemex. Ganarías mucho más de lo que ganas ahora.

—¡Yo no quiero ser recepcionista!

Fruncí el ceño comenzando a enfadarme.

Dijo mi nombre de nuevo y calmándome, dibujó en su rostro una sonrisa plácida.

¿Entonces? ¡Vámonos! ¡De verdad deseo estar contigo, disfrutarte, mirarte completita, toda la tarde!

Se acercó e intentó llegar a mi cuello. Me alejé.

No puedo. Mejor, otro día. De todos modos gracias.

A estas alturas no podía decirle que no lo recordaba (aunque de verdad había intentado hacerlo). No podía decirle que al principio pensé conocerlo pero que poco a poco me di cuenta que era el sujeto más desconocido que había visto. No podía explicarle por qué había subido a su auto sin conocerlo ni que me excitaba muchísimo que me hiciera propuestas tan desvergonzadas e indecorosas. 

—¡Ya!, basta, no me hagas suplicarte. ¡Te deseo tanto! Escápate conmigo, no lo pienses más. No me importa que tengas novio. Soy un hombre libre, quiero estar contigo… ohh Dios, hueles riquísimo.

El hombre bajaba la velocidad mientras se deshacía en piropos y cortejos sexuales hacia mí. Comencé a lubricar.

Puedo darte lo que me pidas. Puedo darte 5 mil pesos. ¿Cuánto necesitas?

Me sonrojé y dejé entreabierto el labio en seña de sorpresa.

No, no hace falta. Tengo que marcharme. Detente, no estoy bromeando. Tengo mucha prisa.

Se detuvo. El desconocido escribió una dirección electrónica detrás de una tarjeta y me la entregó. Luis Carlos. ¿Quién coño es Luis Carlos y por qué me daría 5 mil por dejarme mirar y disfrutarme toda esta tarde?

Bajé del auto y cerré la puerta. No volví la vista para despedirme. El desconocido agarró rumbo y yo seguí caminando por esa amplia avenida citadita a la que ya le había aventajado camino.

Juro que no tengo idea de quién era esa tipo ni por qué la escena me había parecido tan sexy y estimulante. Tallé mis piernas con las manos y sentí cómo la brisa de la tarde me disfrutaba a mí, completita. Cosas de las tardes.




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