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martes, 15 de abril de 2014

Apaguen la ciudad. La luna se puso roja

Ningún vecino a la vista. No había nadie asomando el pico por las azoteas de mi rumbo. Todos se quedaron dormidos. Nadie se animó a salir, por el viento, supongo, o porque se imaginaban que aquello de la luna roja era meramente un chistorete, de esos que a diario nos hace la televisión para desinformarnos. Total. Ellos se lo pierden. Estamos solos y el eclipse ya comenzó.

Caray. Por lo menos hubieran apagado las luces de las casas. Y del aeropuerto.  

Dejé salir a las gatitas. Comenzaron a juguetear. Yo no podía dejar de ver a Marte. Tan brillante. Contemplar otro planeta. Se siente extraño. Como un vacío, un vacío deleitable, agudo. Profundo. 

Nos trepamos por aquella estrecha escalera. Yo lo seguí a él y ella me siguió a mí. Estuvimos un rato allá arriba. En lo más alto del segundo piso. Estaba despejado. Se veían lucecitas titilar, por todos lados. 

Mientras él la fotografiaba, ella se ponía roja y yo, empecé a ir de un escenario a otro. Comencé a recordar aquel eclipse de sol de 1991 en el que se hicieron campañas, intensas, para orientar a toda la población, sobre el angustiante fenómeno astronómico.

Estábamos en Metepec, un balneario de Atlixco, Puebla. Se sentían los nervios de todos. Se decían muchas cosas. ¿De veras podría acabarse el mundo? ¿Y si el Sol, explota? ¿Y si todas las embarazadas dan a luz, al mismo tiempo?

Escépticos vimos cómo anocheció, a plena luz del Sol. Las aves llegaron, a prisa. Se metieron a sus nidos. Se fueron a dormir.

Nosotros nos quedamos ahí, contemplando. Pensando, tal cual, en la inmortalidad del cangrejo, en nuestra propia inmortalidad. En lo que estarían pensando esos pájaros. Y en lo que pensarían tras la breve velada. En la efectividad de aquellos filtros, no fuera siendo que nos quedáramos ciegos, después. Sería un mal fin.

También recordé el cielo más estrellado que mis ojos han podido ver. En La Escondida, un ranchito que está cerca de Lagos de Moreno, Jalisco. Qué noches pasamos allá. Negra. Así lucía la oscuridad. Qué noche tan plena. Las cabezas nos dolían de echarlas hacia atrás. No podíamos despegarle al cielo la mirada.


Mientras yo hablaba y hablaba ella enrojeció, por completo. ¡Sí estaba roja! Ojalá hubieran apagado la ciudad, para verla arder.


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