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sábado, 12 de abril de 2014

Sobre Zopencos

Hace unos meses me hicieron una invitación a la que no pude resistirme. Presentar junto a otros colegas, el libro que Antonio Calera-Grobet promueve: Zopencos

Para ello me eché el texto y esto fue lo que preparé para antes del bailongo que tuvo lugar en la Pulquería de Los Insurgentes.

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La vida de reportera es muy bella y también muy ingrata. A veces uno está muy contento bebiendo del café mañanero que ofrecen en las conferencias de prensa mañaneras, cuando de pronto se da cuenta de que está en un hoyo sin salida. 

Cuando de pronto uno nota que, está siendo amedrentado por un conferencista pésimo que no sabe nada sobre conferencias y al que no le pasa por la cabeza ni la más remota idea de que su ponencia está desvaneciendo nuestros impulsos y las energías de querer hacer, cualquier cosa que no sea, escapar de ahí, a la brevedad.

Perder el tiempo con un canalla (o una gañana) de ese calibre es insoportable. Y trasladarse en metro-micro, micro-metro también es una tragedia contemporánea que... no le deseo a nadie, así que, trataré de ser breve para que nadie sienta malestar conmigo y mi discurso y pueda salir de acá gozoso y echarse un delicioso pulque. 

Todo al final, es un inicio, así lo entienden Iraida Noriega y Alex Otaola en su más reciente producción Infinito y así lo hace sentir Antonio Calera-Grobet en el libro que nos reúne hoy como pretexto en esta Pulquería de Los Insurgentes. 

Me pregunto si personajes como tú y como yo podríamos convertirnos en personajes vertidos en las historias de gamborreanos en Zopencos, ya saben, zopenco como tonto, atolondrado, zoquete, tarugo, mentecato, falto de juicio... imbécil. 



Zopencos es una improvisación literaria que evoca al jazz. Me ha parecido que es el inicio de una literatura con infinitas posibilidades a las que Calera se ha asomado para contar desde ahí, un fragmento escénico en continua mutación, lleno de rincones y de prisiones: el DF, un ecosistema cultural complejo que le da rostro y que, según él, lo reivindica como ser humano.

Así es Calera. Un hombre barbón, cargado de palabras, un acumulador sin remedio. El escritor descifra en su libro, al igual que los músicos a los que hice referencia anteriormente, en su disco, su código interminable de combinaciones. 

Hace observaciones, se detiene en cada personaje. Sube y baja con los detalles. Les decora con tonos, les recuerda los defectos y las pillerías. 

En Zopencos Calera disfruta de la comedia la cual utiliza para alejarse de la pesadumbre que le dejó escribir un libro tan duro y apocalíptico como ¡Carajo! Personas, animales y cosas en el fin del mundo.

Calera entiende en Zopencos a personajes anónimos que le dan vida cada amanecer a los movimientos vertiginosos de la periferia del DF y sus entrañas, donde él no deja de trabajar como empresario, editor y promotor cultural.

A Calera lo conocí por Juan Gabriel en 2010, cuando la editorial Mantarraya publicara Querido, un pequeño libro en el que un grupo de jóvenes poetas se inspiraron en las rolas del Divo de Juárez para contar historias y hacer un homenaje lírico que consta de 22 poemas donde versan El Noa Noa, No me vuelvo a enamorar y Yo no nací para amar. 

El libro tenía reveladoras ilustraciones, una mostraba a Juanga semidesnudo y representado como una divinidad. Esa la colgué en la puerta de mi recámara, hasta que varios me hicieron señalamientos de mi mal gusto para decorar el lugar donde busco encontrar el equilibrio de mi alma. Por eso ya no está.

Esa vez entrevisté a Calera y la entrevista que publiqué en el periódico La Razón, la hallé pegada en el baño de damas de su atiborrado bar literario. Cada que iba a comer allí me metía al baño, tuviera ganas de orinar o no. Solo para verla pegada, con burbujillas de aire que no me dejaban leer bien aquellas letras que ya hasta borré de mi memoria.

Luego La Bota se convirtió en mi lugar favorito para comer quesadillas extraordinarias, bien abastecidas de derretido queso y sopas de champiñones servidas en tremendas porciones... en fin, yo llegué a Calera y sus espacios atiborrados de colecciones también, improvisadas, por Juan Gabriel y me quedé después por los deliciosos chelatos que prepara su bar. 

Con todo esto, y en suma puedo decirles que en Zopencos como en su vida diaria, Antonio Calera- Calera hace una reflexión sobre el desvanecimiento de las huellas dactilares de las colonias de esta ciudad de izquierda que vive y actúa como una ciudad de derecha y donde todos parecemos prácticamente iguales, aburridos, idénticos y hasta medio podridos.

Zopencos entiende pues, al DF, diferente. Y como nos recomienda Calera, nosotros los chilangos deberíamos entender también diferente (en el tema de la gastronomía), a las vísceras, la médula, los sesos, las tripas y la moronga que son “UNA EXQUISITEZ”. 

Hay que entrarle y hasta atreverse a chuparse los dedos. Provechito.


Fotos: Roier Díaz

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