(Textos y fotos de Yuliana García)
En
Metepec, Puebla, las preparatorias parecen kinders y los kinders parecen
iglesias. Esta desproporción fue la primera que notamos al llegar.
También,
de inmediato, pudimos cerciorarnos de que el pueblo se encuentra cercano a
fechas electorales, por lo que durante nuestra estancia, no paramos de escuchar
cómo se vendía la idea de un futuro prometedor con un tal Fausto propone esto,
Fausto propone lo otro.
Como
nuestra idea de estar ahí, era más bien alejarnos de acá, concentramos nuestras
energías y las direccionamos en sentido contrario a la inercia de darnos cuenta
que aquí en México, las cosas están igual, en cada rincón.
Pasamos tres casetas. Una de $100 y dos de $30. Las pronunciadísimas curvas me mantuvieron despierta. Alerta. Ni siquiera tuve ganas de vomitar. Milagro.
Llegamos.
Hicimos menos de dos horas desde el DF hasta el Centro Vacacional
Atlixco-Metepec, perteneciente al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
Estas
viejas construcciones que vivieron la época de oro de la industria textil en
nuestro país, se han convertido en uno de los sitios favoritos de mi familia.
He perdido ya la cuenta de las veces que lo hemos frecuentado.
Ahí
mi padre me enseñó a nadar. Ahí vimos el eclipse de 1991. Ahí fuimos de
vacaciones cuando Rafa estaba en la cárcel y volvimos para celebrar su salida.
Ahí nos la pasamos “suave” como dice él.
Y es
que a pesar de la mala imagen que se tiene de esta institución, este centro
vacacional, parece ser uno de sus logros. Obviamente sin quitarse el sello de
sus trabajadores mal encarados, que por todo refunfuñean, te dan largas y lo
que menos les importa es si quieres pasar un fin de semana tranquilo sin hacer
corajes, o no.
Alquilamos
la villa 11. No es una casa ejecutiva pero tiene cuatro recámaras, cocina,
baño, piscina y hasta un cuarto del pánico :0.
Como
la barda se va haciendo cada vez más angosta, no nos tocó un patio amplio pero
sí el cobijo de un arbolotote. Quién sabe de qué tipo. Eso sí, además de tener
una vista insuperable desde su helipuerto hacia el Popocatépetl, Metepec se
caracteriza por sus frondosísimos árboles.
(Foto tomada de Facebook)
Llevamos
un buen de mandado, así que prácticamente no nos hizo falta nada. Detalles.
Salimos
al mercadito y conseguimos comprar tortillas echas a mano. Estuvimos un buen
rato mirando cómo dos hermanas manipulaban la masa a su antojo y la ponían
sobre el comal. Pedimos dos kilos.
Subimos
unas calles y bajamos otras. Nos dimos una buena asoleada, todo para tratar de encontrar
un condenado molcajete. Nos dijeron que conseguirlo ahí sería imposible. “Solo
en Atlixco”. Ni hablar. Mi mamá se echó la salsa así a pura machacada con la
cola de un vaso.
Durante
nuestra estancia, estuvimos completamente desconectados del mundo virtual. Anduvimos
¡tan a gusto! Sin enterarnos de nada. Aunque estábamos a unos kilómetros de la
ciudad, no atravesamos crisis de furor contra el cinismo con el que se
manipulan las cosas que ocurren y las que no. En este país.
Comimos
cada día, deliciosamente. Nadamos cada día, hasta que las posibilidades se nos
agotaron. Quisieron asustarnos con una tormenta eléctrica pero no lo lograron.
Echamos
de menos nuestras bicicletas, ya que las que rentamos sí eran una cosa, de puro
dolor. Duras. Desajustadas. Te hacían el camino inmensamente pesado.
En
Metepec aprendí a nadar. Por eso le tengo a ese lugar, mucha
nostalgia. Por eso siempre quiero regresar.
Para
terminar el viaje, nos dimos una escapadita a Atlixco. En auto está a tan solo
15 minutos de Metepec.
Atlixco
no es un pueblo mágico, aunque se ve que sus pobladores (por lo menos, las
autoridades del municipio y los ricos) desean conseguir tal distinción. Nos
dimos cuenta de ello porque el kiosko principal le pertenece ya a Italian
Coffee Company.
Aunque
aún no está lleno de extranjeros, como todo buen pueblo mágico (¿porque sí
sabían que la magia de los pueblos mágicos reside en que desde donde se quiera
se puede ver que es un pueblo de extranjeros y sus inversiones, verdad?).
Aunque aún no hay tantos, ya se ven por aquí, por allá. Quizá viendo qué
terreno se comprarán.
Fuimos
al mercado. Qué mercado el mercado del Centro de Atlixco. Bien surtido y bien
distribuido. El mole se vende a 120 el kilo y hay un buen de curiosidades.
Comimos cemitas poblanas.
De
regreso al DF ya no tuvimos tanta suerte de ver al Popo, como el primer día,
que nos dejó contemplarle mientras se echaba una fumadita mañanera. Ese día
estaba escondidillo. Un cúmulo denso de nubes le cubría. Parecía que una
tormenta terrible le azotaría.
Durante
el camino fuimos viendo el camino. Con los oídos sordos. Apenas escuchábamos a
La Lila Downs de fondo. Durante el camino fuimos pensado, ¿para qué volver si
la estábamos pasando tan a gusto?
¿Para
qué volver si hacerlo nos pondrá muy tristes? Adiós Metepec.
¿Quieres más datos sobre el
No hay comentarios:
Publicar un comentario