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lunes, 11 de agosto de 2014

El infierno es mi padre

La gente tiene miedo de nombrar las cosas por su nombre. La verdad le apena. Le avergüenza. Por eso la oculta. La maquilla. Tal cual hacen los medios de comunicación. 

Todos sabemos en qué sitios de la ciudad se cometen actos ilícitos ante los ojos de las autoridades y nadie hace nada. Todos sabemos que la prensa escrita está a merced de los intereses de los monopolios y nadie hace ni dice nada. 

La mayoría estamos conscientes de que las reformas estructurales que está haciendo la administración de Enrique Peña Nieto no tendrán resultados benéficos para los mexicanos, sino para los bolsillos de empresas transnacionales que día a día desembolsan cantidades millonarias para que la gente se enajene con sus productos e imágenes reproducidas repetitivamente por la televisión. Y…

Soy periodista. Y también poeta amateur. Escribo, desde hace muchos años. He escrito notas informativas. Cortas y largas. Superficiales y profundas. Crónicas y reportajes. Entrevistas. Historias eróticas. Poemas. Cartas. Quejas. 

Le he entrado a diversos temas. Mis primeras publicaciones fueron en el periódico La Crónica de Hoy, mientras estudiaba la universidad. Ahí me llevó Graciela Bolio, una amiga de carácter fuerte que imita con descaro y precisión la voz de La Tesorito.

En La Crónica me mandaron cubrir el tema de Walmart en Teotihuacan. Ahí me llevé mi primera decepción. La publicación fue muy lejana a lo que yo había dejado sobre la mesa a mi editor. 

Los argumentos cambiaron “ligeramente”. La intención: no ventilar los intereses priistas en un periódico de esa tendencia. “Eso no se hace, es como morder la mano que te da de comer”. Va en contra de los intereses y también en contra de la ética periodística. Pero eso no importa mientras tengas un empleo (malpagado) que te haga sentir "realizado"...Salí fúrica. 

En ese diario hice también un reportaje sobre la corrupción interna de los reclusorios capitalinos, específicamente en el que estaba encarcelado mi padre en ese entonces. Y claro que me metí en problemas, otra vez.

A la gente no le gusta hablar de lo que pasa. De lo que nos atañe a todos, de los que nos afecta y está generando un oscurecimiento social. A la gente no le gusta abrir los ojos, prefiere vivir enajenado en una realidad construida para que no le den ganas ni tiempo de pensar sobre nada. Ni de preguntar nada. Ni de hacer nada, más allá de ser un simple espectador que alimenta la perversión del capitalismo salvaje.

Claro que la realidad ofende. Hiere. Irrita. Ocultarla, tratar de apagarla con un dedo es ridículo y retrógrada, pero conviene si se quiere vivir una vida práctica, una vida que venga enlatada y con fecha de caducidad, y que se pueda adquirir en los cajeros del Walmart con facilidad.

Escribo la vida de mi padre. Trato de hacerlo desde hace mucho tiempo. Ha sido la misión que me he puesto en la propia. Me han dicho que soy una mujer con un tercer ojo y una serie de cosas intensísimas que no me creo, o que por el contrario, de pronto asumo ciegamente. Lo que sí creo es que hay algo marcado en mi destino.

Estoy convencida que mi padre es un tipo peculiar. Con una fuerza descomunal y que él y yo somos totalmente opuestos. Él me engendró junto a mi madre. Lo que indica que sin su existencia yo no hubiese poder existido tal cual me entiendo hoy.

Claro que amo a mi padre y que hable sobre él no quiere decir que le falte al respeto, ni a él ni a nadie. Tratar de entender su camino, su vida, su rumbo no me hace una mujer maligna. Cuestionarlo. Enfrentarlo. Señalar lo que hace mal no me convierte en una delincuente.

Si sé de un hombre que se embriaga y que irresponsablemente combina el alcohol con drogas. Y además maneja impunemente por el rumbo, sin la consciencia de que puede lastimar a alguien ¿está bien denunciarlo? Si es un desconocido debo molestarme pero si es mi padre ¿no? ¿mejor callarlo? Eso es lo que me propone mi familia paterna.

No. No es posible. No puedo aceptar eso. Omitirlo. Callarlo. Dejarlo pasar es convertirse en cómplice. Yo no quiero ser cómplice de los actos ilegales e inconscientes de mi padre. Y si por eso habré de ser juzgada. Que así sea.

Me he metido en todo tipo de problemas por tratar de hablar de las cosas que pasan. Y no considero dejar de hacerlo, no por ahora.

“El infierno es mi padre”. Lo escribí así en Facebook. La gente se ofende. Cree que eso está mal. ¿Hablar de la realidad? Oh no, es indecente, inmoral… ¿Acaso no es más indecente y deplorable lavarle el cerebro a la gente con ideas machistas y retrógradas a través de las telenovelas y los talkshows?

El infierno son los otros. Así lo dejó escrito Jean Paul Sartre. Los otros es mi padre. Para mí así es. En esto se ha convertido y realmente no sé cómo terminará.


A veces quisiera salir corriendo. Irme otra vez a Chiapas. No hacer nada. Dejar de intentarlo. Y luego me doy cuenta que estoy condenada y siento un peso agudo sobre mí.

Hablar de las cosas que veo, de las cosas que me rodean. Detenerme a reflexionar sobre los acontecimientos me ha dado la posibilidad de expandir mi universo. Me ha dado la capacidad para entenderlo diferente.

La gente prefiere hablar de lo que no sabe, y creo que por eso es a veces tan estúpida. Yo escribo y hablo sobre lo que sé, lo que me pasa a mí y a los que me rodean, sobre mi entorno, sobre mi colonia, sobre mi padre, sobre el machismo, sobre mi madre y el feminismo. Sobre lo que mis ojos ven y mi cabeza no comprende. Hablo sobre lo que creo y sobre los argumentos que tengo para ello. Hablo sobre lo que me incomoda, sobre lo que no estoy de acuerdo, sobre lo que creo que puede cambiarnos para ser mejores y más plenos. Hablo sobre mi vagina y lo que imagina. 

Aunque sé que la verdad es una utopía bastante juguetona trato de ser lo más apegada a la realidad, desde los ojos con los que yo puedo contemplar. Trato de hacerme preguntas. Trato de ser descriptiva. Trato de pensar, de nuevo. De reflexionar. Trato de aplicar lo que me enseñó la universidad. Uso de bandera las filosofías inculcadas en mí por mis padres, aunque éstas pongan en evidencia muchas de sus incongruencias.

, la realidad es dura y absurda. Oprime. A veces ahoga nuestras súplicas y gritos. Todos tenemos una forma para sobrellevarla. Algunos se embriagan. Algunos otros se inventan una paralela o compran compulsivamente cosas que jamás utilizarán y los hará infelices. Algunos más van a terapia, al AA o a la farmacia… Yo escribo.


Claro que ofende hablar de la realidad. Pero no tengo planes de aventarme al mar. No todavía. 



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